miércoles, 5 de febrero de 2014

ARENA CONTRA EL PUEBLO

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ARENA: LA CONSPIRACIÓN CONTRA EL PUEBLO SALVADOREÑO

Oscar A. Fernández O.
“El pueblo, con paciencia y esperanza

cobra su deuda, despierta cada cien años 

y entonces la tierra tiembla”

Pablo Neruda.

La discusión de si la democracia se reduce a procedimientos o si debe ser un régimen, traduce y expresa la crisis que actualmente atraviesa este principio liberal burgués y el movimiento democrático en general. En El Salvador esta discusión significa en el fondo, la lucha entre consolidar la democracia de la elite oligárquica- burguesa o construir un régimen de participación popular en la elección, control y decisión activa permanente del Estado.

La estrategia democrática, está actualmente condicionada por la implantación de un modelo que la reduce a simples procedimientos, rompiendo así con la concepción histórica original, que entendía la democracia cómo un régimen político indisociable de una concepción sustantiva de los fines de la institucionalidad política y de una visión integral del ser humano. Es fácil notar que, independientemente de la filosofía que sustenta, la concepción procedimental de la democracia, tiene su origen en la crisis de lo que significa la vida colectiva y pretende ocultarla disociando la forma de régimen político de cualquier discusión al respecto, incluso llegando a suprimir la idea de tales finalidades. El profundo vínculo que une esta concepción es el llamado irrisoriamente, individualismo contemporáneo.

La discusión sobre la democracia, es la discusión sobre la política como resultante de una creación histórico-social. Pero su representación histórica específica es el político, dimensión explícita o implícita que tiene que ver con el poder.

La calidad de la democracia en su concepción histórica original, se sustenta en la capacidad de los gobernantes, la representación de los intereses del ciudadano y la formulación de políticas aptas y oportunas, sujetas al control social. Esto nos da como producto una mejor capacidad de gobernar junto al pueblo y lejos de los poderes de facto. En este contexto, los partidos políticos, dice la teoría burguesa, son los nexos entre la sociedad y estado (si es que en realidad lo son), existen como organismos responsables en la formulación de las políticas y hasta hoy no tienen sustitutos. 

Sin embargo, hoy podemos advertir que ante nuestros ojos, se engendra una crisis de los actores políticos tradicionales, razón por la que han comenzado a plantearse modelos alternativos de este ejercicio, el cual recaiga directamente en el pueblo organizado. Si los políticos tradicionales no cumplen con su obligación y además existe baja capacidad de gobierno, se materializa la crisis de lo político y de la política, de distintas formas, aunque previsibles.

El imaginario social capitalista, instituye valores para cohesionar a los sujetos sociales, guiando las subjetividades para construir realidades y crear de esta manera personalidades dependientes y sumisas, seguidoras del proyecto impuesto, quienes desempeñarán papeles que pertenecen al guión escrito por otros, dejándose llevar por los acontecimientos.

En los últimos 30 años asistimos a un drástico proceso de cambio que ha modificado profundamente los parámetros con los que debe guiarse la relación entre el Estado y la Sociedad civil. Este proceso, ligado a la hegemonía mundial del neoliberalismo, ha generado intensas transformaciones que se consiguieron a través de la lucha de los pueblos en la etapa moderna o posindustrial del capitalismo. La respuesta ha sido una virulenta especie de contrarreforma. Esto es lo que ofrece ARENA en realidad, cuando habla de “recuperar El Salvador”, es decir, volver a un país en el que ellos mandan como en una finca y que toda resistencia política o conflicto social, sea aplastado nuevamente con violencia armada. Si ya hubo una guerra con miles de muertos inocentes, por qué nos quieren arrastrar a nuevos derramamientos de sangre.

El modelo de desarrollo implícito en las ideas neoliberales conlleva un proceso de liberación de los mercados que se opone a la participación ampliada del Estado y que por ende, reduce o subordina su presencia en la conducción de la sociedad. Así mismo, se produce una reducción de los espacios de participación política y de ejercicio de ciudadanía, todo ello basado en una visión de lo social que es excluyente. Esta visión de la cuestión social en términos de exclusión se pone de manifiesto en situaciones muy específicas, como es el caso de las políticas sociales en el marco de la realización de procesos de ajuste económico

Como los partidos son un componente importante de los sistemas políticos contemporáneos, aunque no esencial, dicha crisis puede amenazar en última instancia, no sólo la estabilidad y eficiencia del sistema político, sino también la propia calidad de la democracia, que estaría derivando a nuevas formas de Dictadura. No olvidemos que estas fueron las condiciones que permitieron instalar el fascismo y el nazismo en la Europa de mediados del siglo pasado, lo cual derivó en la Segunda Guerra Mundial.

Las crisis de la democracia, manipulada por la oligarquía fascista, señala que ésta se sustenta en dos factores de fondo: que el neoliberalismo es incompatible con ella, y que la capacidad de los partidos políticos tradicionales, en su papel de representación (alejados del demos), no se expresa en la elaboración de políticas oportunas y aptas en pro de las necesidades y demandas de las mayorías. 

El Salvador es un país que aún contra los tropiezos sorpresivos y contra las acciones retardadoras de las derechas oligárquicas, inició un proceso de cambios desde que nuestro Frente acordó terminar con la guerra y transformó con los Acuerdos de Paz, la realidad política nacional. Efectivamente estamos cambiando, y en esta etapa en que hemos desplazado por la decisión del pueblo, a los poderes tradicionales que han esquilmado al Estado y a la sociedad, los cambios caminan en dirección de profundizarse. 

Pregúntenselo a los ricos y poderosos, que son los que parecen estar más claros de esto, de allí su furibunda reacción dirigida aparentemente contra “los partidos políticos” de los cuales se han servido siempre, pero que en realidad es contra el FMLN que de verdad les incomoda. En su mente siempre ha estado la fija idea de destruir al único referente fuerte y organizado que tiene el pueblo para continuar y consolidar los cambios.

La realidad social y el modelo económico que la aprisiona, no la hemos podido sustituir en cinco años, más allá de modestas acciones en pro del desarrollo social, encaminadas a borrar una sangrienta herida secular: la pavorosa desigualdad que nos caracteriza como sociedad. Enfrentamos una abierta conspiración de los poderes de facto, con la oligarquía económica tradicional a la cabeza. Hay un boicot a la recuperación económica del pueblo salvadoreño y ahora afilan su intriga con el fin de “recuperar El Salvador”, su eterno botín y tomar ellos directamente el control del Estado. Lamentablemente otras instituciones se prestan, con o sin saberlo, a la maniobra, como es el caso de la Sala de lo Constitucional de la CSJ, que a fuerza de “resoluciones de inconstitucionalidad”, pretenden hacerle el mandado a los poderes fácticos, de detener el esfuerzo por diseñar un Estado popular.

La incapacidad de los gobiernos de ARENA para detener esta vorágine social, se ha debido siempre a su compromiso indisoluble con un poder económico ultraconservador y fascista que nos ha llevado al grado de desorden que enfrentamos. Las promesas electorales de ARENA, además de aventureras e irresponsables, no podrán cumplirse y lo más seguro es que profundizarán la crisis organizativa y de legitimidad de los partidos tradicionales. El peligro real es que esta crisis de legitimidad nos lleve a una mayor fractura social, por lo que debemos acelerar la construcción de una representación popular efectiva que recoja la bandera de una nueva democracia, una democracia construida por el pueblo, aquí en El Salvador. El instrumento existe: el FMLN, y el 2 de febrero sólo tenemos que marcar la bandera roja, la bandera del pueblo, la bandera de la reivindicación histórica de los y las salvadoreños.
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