miércoles, 7 de julio de 2010

El Salvador: notas para un ensayo

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EL SALVADOR
Notas iniciales para un ensayo sociológico


Sobre el nacimiento de las naciones

Supongo que con las Naciones pasa, en cierto modo, lo mismo que con las personas: es necesario saber sobre su nacimiento y su pasado para entender su presente y proyectar su futuro. Con las naciones es muy difícil decir cuando y de qué enfermedad van a morir, en tanto, con los seres humanos si se puede, llegada cierta edad o suceso, pronosticar el fallecimiento y sus causas con mucha certeza. Curiosamente con las naciones podemos entender y explicar las causas de su presente y predecir en buena medida su futuro pero cualquier nación retaría a la muerte y cuestionaría la frase del genialmente estirado economista inglés Keynes de que “a largo plazo todos estaremos muertos”. Hay naciones que han durado un desafiante “largo plazo”.

No podemos predecir la muerte de nuestras naciones, pero sí podemos establecer su origen, antecedentes, situación actual y las perspectivas.

El Salvador, como nación moderna es relativamente madura, si se puede usar esta terminología…tiene aproximadamente 180 años. Existen otras naciones que tienen más edad, Francia, por ejemplo, cuna de las naciones modernas, dentro de poco cumplirá 232 años, nació en un parto sangriento como todas las naciones, pero especialmente sangriento, cortando cabezas de la realeza y de los revolucionarios con un invento genial, que debe su nombre al inventor: la guillotina. La nación de más edad es Inglaterra, madre patria del capitalismo, que nació en la segunda mitad del siglo XVII, bajo el violento protectorado de Oliver Cromwell. Es decir que Inglaterra es una nación de la “tercera edad”, dicho sea con el respeto del caso, tiene cerca de tres siglos de existencia como nación. Su hijo rebelde, nacido principalmente de la colonización inglesa protestante e irlandesa católica, los Estados Unidos de América se independizó, también de manera traumática y sangrienta por medio de una guerra contra su madre patria. La madre patria sofocaba tanto al hijo con impuestos y restricciones políticas, que le impedía su desarrollo y tanto aprendió el hijo el arte de dominación de su madre que se convirtió en el transcurso de los siglos venideros en una potencia que ha tenido que tomar posiciones como “policía del mundo”.

El insurgente nacimiento de El Salvador

El Salvador se independizó de España, la patria madre, por medio de una serie prolongada de enfrentamientos políticos y militares que cobraron fuerza entre 1811 y 1821. Como siempre sucede en todas las revoluciones, insurrecciones, movimientos y revueltas sociales, había tres tendencias: la radical, la mediadora y la entreguista o conformista. Después de la Revolución Francesa serían conocidas como la izquierda, el centro y la derecha. Son las circunstancias históricas materializadas en una correlación de fuerzas administradas por los dirigentes las que definen cual tendencia domina. En casi todos los movimientos las tendencias mediadoras y entreguistas terminan siendo lo mismo y casi siempre, la radical es la que se encarga de realizar la transformación perseguida. Una pléyade de curas radicales como José Matías Delgado y los hermanos Aguilar, unidos a civiles radicalizados como Pedro Pablo Castillo, apoyados por el más radical de todos, el pueblo, obligaron con sus acciones a declarar la independencia de España a un parlamento que declaró la independencia “antes que de hecho la declarara el mismo pueblo” como redactó el mediador José Cecilio del Valle. O sea también nuestra independencia fue violenta, aunque a la par de la francesa, lo nuestro fueron escaramuzas. En Francia decapitaron al rey y el pueblo se tomó por las armas la sede del gobierno de la realeza, la Bastilla. A renglón seguido escribieron con real y noble sangre las palabras igualdad, fraternidad y libertad y en el proceso de escribir para la historia estas palabras hasta usaron tinta sangre de las mismas facciones de insurgentes.

Los grandes cambios sociales, lo enseña la historia, son esencialmente violentos. A veces la violencia se ejerce sin necesidad. Muchos pueblos bárbaros no alcanzaban a entender los afanes guerreros de Julio César: le habían concedido todo lo que quería y seguía atacándolos militarmente. César lloraba por no ser Alejandro Magno y porque los dioses no lo eligieron para fundar un imperio antes de los 30 años de edad. La guerra saciaba sus deficiencias de personalidad y le daba presencia de gran militar ante el Senado Romano. Otro dato sobre el ejercicio de la confrontación militar sin una causa profunda lo encontramos en la guerra de independencia en América Central, se dice que los costarricenses peleaban con las armas en la mano sobre si anexarse o no al imperio de Iturbide en México, cuando este ya había sido derrocado. Un pequeño problema de comunicación, que es grande si consideramos que en aquella época las noticias viajaban a caballo y no por radio.

¿Cómo llegamos en El Salvador hasta esta situación? Con curas metidos en política…estoy hablando de la independencia de España en 1821 y no de 1992. En 1992 la reacción política asesinó a curas que participaban políticamente incluyendo, paradoja de la historia, el asesinato de un connotado jesuita español nacionalizado salvadoreño. Los españoles nos conquistaron en 1523 a sangre y fuego y varios curas españoles murieron luchando por los derechos de los conquistados, también a sangre y fuego en 1992. A la situación de independencia nacional de 1821 llegamos no porque lo buscamos, sino porque nos buscaron.

Un episodio sangriento en la conquista de Cuscatlán

En 1523 cuando Don Pedro de Alvarado enviado por Hernán Cortés conquistador del imperio Azteca, llegó a las costas de Acajutla en lo que hoy es El Salvador buscaba oro y especies de la India, sobre todo buscaba oro, pues como Hernán Cortez le había dicho a Moctezuma, el emperador Azteca, el oro era la medicina para una enfermedad muy específica y propia de los españoles, empezando por su rey. Aunque en nuestras tierras encontraron oro no fue en tanta cantidad como lo esperaban, pero quien sabe si se hubieran saciado loa ávidos conquistadores incluso con todo el oro del mundo, pues hay que recordar que todavía vagan los espíritus de estos ambiciosos invasores buscando la legendaria ciudad de El Dorado, la ciudad construida de oro. No encontraron los españoles ni oro ni la India en tierras allende Acajutla, a cambio nos encontraron a nosotros los indios y bien pronto se dieron cuenta que valíamos más que el oro y las especies si nos explotaban…y vaya si lo hicieron.

Cuando Pedro de Alvarado con sus 150 hombres a caballo y los cerca de cinco mil indios “auxiliares” como la Malinche, horadó las tierras de Acajutla, seguramente ya había recibido señales de paz y de guerra. Los invasores recibían delegaciones con presentes de artesanía con plumas, vasijas y adornos de oro, que solamente acentuaban las ambiciones de gente en su gran mayoría inculta y despiadada venida del sub mundo urbano de las ciudades españolas o portuguesas o, en el camino azaroso de los exhuberantes bosques prehispánicos de nuestra América Latina, se topaban los invasores con cadáveres de perros partidos en cuartiles tirados por los indios con todo propósito en el camino, para indicar las intenciones de defender el territorio indígena matando y degollando a los que consideraban perros invasores. Nada detuvo el avance de los españoles…el hambre y sed de riqueza a costa de otros es más fuerte que el de los alimentos y el agua, porque garantiza la cantidad y la calidad de estos en el largo plazo. Para ratificar esta decisión irrenunciable de seguir adelante con la conquista Hernán Cortez mandó a quemar las naves españolas cuando atracaron en costas mexicanas, a fin de que a nadie se le ocurriera regresar.

Desde hace mucho tiempo, meses, Pedro de Alvarado, lugarteniente de Hernán Cortez, segundo al mando en la conquista de México, y por lo tanto partícipe de los engaños y las matanzas de los Aztecas, ha cabalgado por tierras americanas saliendo de Tenochtitlan, pasando por la parte sur del territorio que hoy conocemos como México y Guatemala y ahora se encuentra dispuesto a otra batalla en un territorio hostil que Alvarado identificaba como tierras en las que “bate la mar del sur”. En el horizonte se divisan millares de indígenas, sobre los cuales se lleva mucha ventaja militar, probablemente numérica no pero seguramente mental y tecnológica. Sonriendo Pedro de Alvarado sabe que “ellos” no conocen el caballo, incluso muchos creen que el caballo y el jinete son una sola cosa, no alcanzan a distinguir que el parecido no significa que se trate de una sola persona o de un solo animal, de un dios o un demonio. Incluso, en su ignorancia los mexicanos han llegado a pensar de que Hernán Cortez es un lejano dios que los Aztecas identifican como la serpiente emplumada, símbolo de la bajeza del ser humano que se arrastra y luego se eleva por la virtud a las alturas como el águila, viviendo en el cielo en la corte de los dioses. El dios había dicho que regresaría pero no como demonio ambicioso del único metal que conocían los indígenas y que principalmente era usado para efectos ornamentales. A Pedro de Alvarado lo identificaban con otros dios, Tonatiu, el de la lluvia generosa que proveía el maíz, el grano más completo del mundo en ésa época y no conocido en Europa, como observó Engels, del que se podía hacer muchas clases de alimentos sólidos y líquidos.

Desconociendo los indígenas los metales principales, sus armas eran atrasadas, luchaban con lanzas y flechas de madera cuya punta, a lo sumo había sido endurecida al fuego. Las armas de los indígenas eran incapaces de penetrar la hojalata de las armaduras, que sucumbieron ante la ballesta y no se diga resultaron inútiles ante las armas de fuego en su versión inicial, encendidas con mecha en la Europa de mediados y finales del siglo XVI. Las “armaduras” de los indígenas estaban hechas de algodón. Se dice que en las planicies del ahora cantón El Zuncita, en Sonsonate, ocurrió la batalla. Pedro de Alvarado fingió retirada y los indios avanzaron hacia el ataque. Cuando casi llegaban a la cola de los caballos, se ordenó el contraataque. Perseguidos por los caballos y lacerados con las armas de metal, cuando los indígenas caían, sus corazas de algodón en lugar de servir perjudicaban pues les impedían levantarse. Y más difícil era levantarse peleando. Fue una gran matanza, lo dice Pedro de Alvarado. A los indios les resultaba angustiosamente frustrante el combate por la cantidad de muertos y el sentimiento de impotencia militar que fue solamente soportado por el espíritu guerrero de estas tribus, acostumbradas a guerras cruentas entre cacicazgos o señoríos. Y sobre todo si se trataba de tribus pipiles que a punta de combates militares habían llegado a la tierra prometida en los alrededores del lago de Guija. Pedro de Alvarado y sus huestes hicieron en los campos de El Zuncita una terrible matanza a filo de espada, lanza, flechas y ballestas y cascos de caballo destrozando cráneos y cuerpos indígenas. Millares murieron para que viviera el ejemplo del respeto que se debe tener a los pueblos indígenas. Pedro de Alvarado, anonadado, estupefacto por la reciedumbre del combate y el furor de los indígenas y adolorido para toda la vida porque una flecha propulsada por una indignación inmensa, lo clavó en la silla de su caballo atravesándole la pierna y lo dejó cojo para el resto de sus días con una pierna más corta que la otra “bien cuatro dedos”, como el mismo Alvarado testificaba. Y era de madera la flecha, y pudo haberle atravesado el cuello y no la pierna. Cuantos plegarias con agradecimientos a Dios habrá hecho Pedro de Alvarado, por haberlo salvado milagrosamente de una muerte segura, en tierras hay salvadoreñas, no lo sabemos, pero no importa para efectos de este relato; lo que sí sabemos, es que después de esta batalla, Alvarado prefirió no continuar la conquista en estas tierras “donde bate la mar del sur” dada la enconada resistencia indígena. Después los indígenas se hicieron guerrilleros guiados por un líder que la tradición identifica como Atlacatl. Siguió la resistencia pero al final fueron sometidos los indios, reducidos sus pueblos donde había pocos “indios tributarios”, repartidos y encomendados a “gachupines” y “criollos”, es decir, españoles nacidos en España o en tierras americanas pero ambos radicados en nuestras tierras. Y se abrieron dos siglos de paz, es decir de conflicto principalmente económico, social y político, no militar, producto de la pacificación alvaradeana de los pueblos indígenas. Pero ello no quiere decir que no existieran motines y rebeliones de indios a lo largo de los casi tres siglos desde 1525 a 1821.

La violencia pipil como antecedente

La violencia es un hecho social presente en la evolución de todas las sociedades; lo atestigua incluso la tradición indígena ante colonial. Cuando Topiltzin Actxitl líder de tribus que posteriormente se denominaron “yaquis” o “viajeros” o “pipiles” que significa “nobles” (de alcurnia o ascendencia indígena, gente importante, líderes, protagonistas o principales) emprendió su diáspora desde la meseta del Anáhuac, lo hizo como resultado del desgastante enfrentamiento político y militar que seguramente ocasionó la aspiración de Topiltzin al gobierno de las tribus, siendo un hijo bastardo, hijo no de la esposa del rey sino de una bella amante. Topiltzin, como todo gobernante o dirigente de la época, diviniza el poder disputado y cataliza su decisión política de evitar la confrontación en su territorio de origen con visiones e indicaciones que atribuye a los dioses y emprende una diáspora con sus seguidores para asentarse en la tierra prometida en los alrededores del sagrado lago de Guija, en el occidente de lo que hoy es el territorio de El Salvador. El signo para fundar el asentamiento no era el bien comiéndose al mal, el águila devorando a una serpiente sobre un floreciente cactus, lo celestial y elevado consumiendo lo terrestre y rastrero, como fue la señal en el caso de los Aztecas para fundar Tenochtitlán. Los pipiles creían que del lago de Guija había salido nada menos que el mismo dios Quetzalcoalt con todo su atuendo de plumas de Quetzal y una bella mujer. Era una especie de paraíso terrenal solo que tenía un lago rodeado de cerros, que es lo que significa Guija. Los pipiles siguieron en pié de guerra recuperando y manteniendo su tierra prometida y constituyeron su señorío en Cuscatlán, dominando por medio de la violencia militar a las tribus y cacicazgos vecinos. El límite de las posibilidades de expansión del dominio pipil lo puso la naturaleza, que cortó en dos el territorio de lo que hoy es El Salvador, atravesando el territorio con el río Lempa. A fin de cuentas, Pedro de Alvarado se encontró con indios pipiles “curtidos” en la guerra, con mentalidad de dominio y por ello, la ferocidad del primer combate en Acajutla lo dejó perplejo y cojo.

Con lo que llevamos dicho no podemos imaginar que la sociedad indígena ante colonial era un paraíso terrenal exento de violencia. Hasta para agradar a los dioses y hacerlos propicios en el clima y las cosechas se arrancaba el corazón y la piel de humanos seleccionados. Se dice que la “estatua” en arcilla del Señor Desollado, en las ruinas del Tazumal, Ahuachapán, El Salvador, es un recuerdo de este ritual. Pero además los “yaquis” adquirieron el nombre de viajeros porque fueron obligados a rebelarse y huir de algunas tribus que los explotaban e incluso, que literalmente se los comían, porque algunas de esas tribus eran antropófagas o caníbales. Ciertamente tenían una sociedad no tan definida en sus clases sociales, probablemente puedan tipificarse como castas sociales mucho más flexibles que las de la India pues no existen referencias de rigideces para la movilidad social entre los estratos sociales, no conocían la vaca y tenían una considerable solidaridad social, aún con sus rituales sangrientos y constantes guerras. La solidaridad social se presentaba desde sus orígenes en la organización económica. Se puede imaginar la tipología de los cacicazgos, agrupados alrededor de una pirámide, de diferente altura y anchura conforme haya sido el poderío del cacicazgo. La pirámide cumplía las seculares funciones de la edificación central de la plaza pública: era la señal del centro de conducción estatal, el punto de referencia religioso, centro de ritos, festividades, celebraciones, competencias deportivas, centro de acopio, granero y “casco” estatal y de gobierno y distribución de funciones, de impartición de justicia. A su alrededor se organizaban las viviendas en círculos concéntricos o al menos con tendencia circular, empezando por las de los caciques reinantes, los nobles o principales, los sacerdotes, los comerciantes y los trabajadores cercanos a los sitios de producción en una sociedad esencialmente agrícola. Los “macehuales” eran los más numerosos, eran los trabajadores dispersos en los alrededores en unidades familiares con una unidad territorial denominada “calpulli”.
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